sábado, 13 de junio de 2009

EXTRACTO DE CULPAS Y HEMORROIDES (capitulo I)


No se pudo erguir su joroba rectal plegaba sus piernas obligándolo a gatear, el nunca pensó que ese mal habito, esa mala postura que disfrutaba tanto mutaría en burla social. Al comienzo la deficiencia se oculto en una personalidad cautivadora, solitaria y relajada, era un winer, paseaba seguro, pero inquieto por la comezón que producía el roce de su conciencia, la presencia jorobal era minúscula a la vista, enorme al tacto e infinita en su somier.
En el departamento viejo de su amiga actriz descubrió la presencia, en la ducha kistch, en donde al limpiar sus presas lo acompañaba una imagen de Santa Elena sobre un espejo ahumado que utilizaba como erótico corregidor de posiciones, fue ahí cuando miro la geografía de su espalda que noto ese minúsculo monte –voy a esperar que madure para reventarla- y comenzó a secar su cuerpo sobre la polera sudada, que protegía la salida de baño rosada del nómade hogar. Tentado a hurguetear el grano, digito y apretó su postula invasora, el diagnostico quiromántico termino no por cansancio, si no por la perdida de atención, sus manos saltaron a chequear las impurezas de su rostro, los ojos cazaban, las manos eran tenazas y puruñas quirúrgicas. Toda esta intervención suponía ser un mantra matutino, como si cada vez que expulsara grasa dérmica absorbiera energía astral. La habilidad para encontrar volcanes en el desierto facial era evidente, pero esta cedía a la temperatura ambiente que lo convenció de vestir.
Al llegar a la mesa prefirió café y pan integral, lo comió con queso y mermelada, la inercia al masticar mostró su mirada perdida, oculta en el mantel -¿Qué piensas?- dijo su amiga, él la miro y en excusa –nunca me di cuenta que eran santos los que tienes estampados en esta carpeta- rieron, ella se puso de pie y fue al santísimo, saco dos chocolates traídos de Alemania por su amiga Ira y los ofreció como estampillas de acido sobre la mesa –escoge tu, no me escuchas, ¿Qué te pasa?- un sonoro movimiento de alhajas interrumpió su foco infinito –me salio una cosa en la espalda… como una porquería tan chica puede molestar tanto, ¡parece una espinilla ciega!- no terminaba de hablar cuando tomo uno de los chocolates, quito el envoltorio y se lo engullo.
-es que comes tanta mierda por ahí – se notaron cómplice degustando y rieron hasta el trafique.
Levantaron el cubierto y las tazas ocupadas a un son flamenco, que ella gozaba cada mañana, inconscientemente ambos sabían que esta música inyectaba testosterona a su corazón que necesitaba ser macho, tan solo un músculo.

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